
El Abuelo de Teresa.
Posiblemente en todas las biografías que últimamente se han escrito sobre Teresa nos encontraremos con un denominador común que, poco más o menos, nos dirá esto:
Era hija de Alonso Sánchez de Cepeda, que se había casado en segundas nupcias con Beatriz de Ahumada y Tapia en 1507, con la que tuvo doce hijos, de los cuales Teresa fue la tercera. Su padre era hijo del converso don Juan Sánchez de Toledo, casado con doña Inés de Cepeda, cristiana vieja. Don Juan, que había judaizado, fue penitenciado por la Inquisición de Toledo en junio de 1485, teniendo que salir en la procesión de los reconciliados.
Que Teresa fuera nieta de un judío converso que fue reconciliado por la Inquisición saltó a finales de la década de los cuarenta del pasado siglo por la publicación “Pleitos de los Cepeda”, descubiertos por don Narciso Alonso Cortés en el archivo de la Real Chancillería de Valladolid y que hasta entonces habían pasado completamente desapercibidos. En uno de los tres pleitos allí registrados se alude de forma directa los orígenes judíos de la familia de Teresa. Es un pleito incoado el 6 de agosto de 1519 ante el tribunal de la Real Chancillería de Valladolid por Alonso Sánchez de Cepeda y sus hermanos con el fin de acreditar su hidalguía.
De este pleito hablaré en otra entrada, centrándome en esta ocasión a lo que se descubrió cuando desde la Real Chancillería se solicitó información a las autoridades de Toledo que, por las declaraciones de testigos que conocieron a Juan Sánchez de Toledo, padre de los litigantes, confirmaron que dicho Juan Sánchez había sido reconciliado en tiempos de gracia.
He aquí que por primera vez tenemos documentada lo que hasta entonces había sido una hipótesis de Americo Castro en la que, tras analizar profundamente el estilo literario y vital de Teresa de Jesús, le atribuye intimas conexiones con los “cristianos nuevos” convertidos del judaísmo al catolicismo.
Juan Sánchez de Toledo, abuelo de Teresa, había sido reconciliado en Toledo en 1485. ¿Qué significaba eso? Sencillamente que este hombre se acogió al edicto de gracia promulgado por los Reyes Católicos, a través del Tribunal de la Inquisición, por el que las personas que hubieran apostatado o cometido algún delito contra la fe deberían comparecer dentro de un corto plazo y confesar ante los inquisidores pidiendo reconciliación con la Iglesia Católica, actuando con rigor una vez pasado ese plazo. Y a esta medida se acogió Juan Sánchez el 22 de junio de 1485, cuando el Tribunal de la Inquisición se asentó en Toledo, ciudad con una población en su mayoría judeocristiana.
Según el acta del Santo Oficio “Dio, presentó e juró ante los señores inquisidores que a la sazón eran, una confesión en que dijó e confesó haber hecho e cometido muchos y graves crímenes y delitos de herejía y apostasía contra nuestra santa fe católica”, aceptando el Tribunal su confesión, perdonándole y poniéndole penitencia, asistir cada viernes, durante siete semanas, portando un sambenito en la procesión de los reconciliados que deberían pasearse por Toledo de iglesia en iglesia.
Así lo declaró uno de los testigos en el pleito de hidalguía de los Cepeda: “Echaron al dicho Juan Sánchez de Toledo un sambenitillo con sus cruces, e lo traía públicamente los viernes en la procesión de los reconciliados que andaban de penitencia siete viernes de iglesia en iglesia, e andaba públicamente con otros reconciliados”
Cayó a Juan Sánchez la pena mínima, llevar el sambenito, larga túnica generalmente amarilla con una cruz roja en el centro, expuesto a la mofa pública en la procesión de reconciliados. Aunque fue la pena mínima, sin duda hubo de significar una gran humillación para este mercader toledano realizar las visita a las iglesias durante siete viernes seguidos revestido con el sambenito. Humillación y afrenta que acató sabiendo que junto a él también serían reconciliados sus hijos sin imponerles pena alguna, así como no suponer ningún impedimento para seguir ocupándose de sus negocios, de sus boyantes y prósperos negocios.
El historiador Henry Kamen, en su libro La Inquisición Española, nos describe un auto de reconciliación realizado por la inquisición en Toledo el 12 de febrero de 1486, acto que tuvo que ser muy parecido, aunque posiblemente más duro, al de reconciliación de don Juan Sánchez de Toledo ocho meses antes.
“Salieron en procesión todos los reconciliados que moraban, los quales eran hasta setecientos cincuenta personas, hombres y mujeres. Y salieron de San Pedro Mártir en procesión en esta manera: los hombres en cuerpo, las cabezas descubiertas y descalzos, sin calzas; y por el gran frío que hacía les mandaron llevar unas soletas debajo de los pies por encima descubiertos, con candelas en las manos ardiendo. Y las mujeres en cuerpo sin ninguna cobertura, las caras descubiertas y descalzas como los hombres y con sus candelas. En la cual gente iban muchos hombres principales de ellos y hombres de honra. Y con el gran frío que hacía, y la deshora y mengua que recibían por la gran gente que los miraba, porque vino mucha gente de las comarcas a mirar, iban dando muy grandes alaridos y, llorando, algunos se mesaban, créese más por la deshonra que recibían que no por la ofensa que a Dios hicieron. Y así iban muy atribulados por toda la ciudad por donde va la procesión el día de Corpus Cristi y hasta llegar a la iglesia Mayor. En la puerta de la iglesia estaban los capellanes los cuales hacían la señal de la cruz a cada uno en la frente (…) Y entraron en la iglesia hasta llegar a un cadalso que estaba hecho junto a la puerta nueva, en el cual estaban los padres inquisidores subidos, y ahí cerca, otro cadalso en el que había un altar, donde les dieron misa y les predicaron.
(…) Una vez que acabó, allí públicamente les dieron la penitencia, en que les mandaron seis viernes en procesión, disciplinándose las espaldas de fuera con cordeles de cáñamo, hechos nudos, y sin calzas y sin bonetes, y que ayunasen dichos seis viernes, y les mandaron que en todos los días de su vida no tuviesen oficio público, así alcalde, alguacil regidor o jurado o escribano público o portero (…) y que no fuesen cambiadores, ni boticarios, ni especieros, ni tuviesen oficio de sospecha ninguna.
Aquí vemos como todos los procesados fueron reconciliados, devueltos al seno de la Iglesia, después de su arrepentimiento, pero con la prohibición de ejercer cualquier oficio público o privado que diera pingües beneficios. No fue el caso de Juan Sánchez, del que continuaremos hablando en una próxima entrada.